Capítulo 1

—Lo importante —decía Emily mientras metía ropa dentro de su bolso de paño y buscaba los zapatos bajo la cama—, es no asustarse.

Su vecina Gloria la observaba apoyada contra la cabecera mientras bebía complacida un refresco, en medio del remolino.

—Correcto —masculló—. Tienes razón, por supuesto.

—Quiero decir —continuó Emily al meter los pies en las alpargatas y cerrar la cremallera del bolso—, que debido a los compromisos del gran Alejandro, quizá ni siquiera se moleste en buscarnos.

—Claro —confirmó Gloria entre sorbos. Emily distraída, pasó un peine por su largo cabello rubio cenizo.

—Pero no voy a esperar sentada a que nos busque y mucho menos en Barcelona. Sería diferente si estuviéramos en los Estados Unidos, que es mi hogar base y no el suyo, mas aquí, ¡oh no! Alejandro Gómez probablemente conozca a todos los abogados competentes de España. ¡Podría quitarme a Tom en un minuto!

Gloria no manifestó su acuerdo ante eso. Sonrió y simpatizó con el dilema de su amiga. Apenas se habían conocido el año anterior, cuando Emily llegó para quedarse en el apartamento de su cuñada, de quien Gloria era vecina. A pesar de tan corto tiempo de tratarse, se llevaban muy bien.

Gloria, una artista expatriada, había apoyado a Emily durante los meses de la enfermedad y muerte de su cuñada. Estuvo ahí con ella, que no tenía a nadie más.

Cuidó de Tom, el sobrino de seis años, cuando Emily necesitaba salir. Incluso trató de convencerla para que hiciera alguna cita con un hombre, asegurándole que la vida tenía que continuar y aunque Emily lo aceptaba, ponía ciertos límites.

No quería tener citas. No, después de su desastroso compromiso con Marc. La vida agitada de Emily como una modelo de alto nivel en París, le proporcionó la compañía de más hombres en los pasados cinco años, que los que hubiera imaginado cuando crecía en los estados americanos del medio oeste.

Al principio, atraída por su interés, los había aceptado, creyendo ingenuamente, que ella les gustaba como persona, no sólo por su hermoso rostro.

—Eres tan inocente —su amigo el fotógrafo Howell Evans siempre le decía—.

Esa es tu principal belleza.

Emily no comprendía lo inocente que era en realidad hasta que conoció a Marc Fontenot. El apuesto y joven fabricante de automóviles, se presentó durante una fiesta en Monte Carlo y monopolizó su noche; posteriormente empezó a rondar su vida en sus exhibiciones, sus sesiones de fotografía y rodajes.

Adondequiera que fuera, se encontraba a Marc, fuerte, viril, ingenioso y encantador, a tal grado que arrasó con ella antes que se diera cuenta.

El mundano Marc representaba la antítesis de los hombres con quienes la chica creció y Emily era tan poco mundana que pensó que lo había encantado; creía que él se había enamorado como ella lo hizo de él.

Cuando Marc le pidió que se casaran, ella saltó jubilosa para decirle "sí".

Si no hubiese escuchado esa llamada telefónica con la amante de su prometido la noche anterior a la boda, se hubiera casado con él. Gracias al cielo levantó el auricular y lo oyó decirle a Lisette, que en realidad no le importaba la mujer con quien iba a desposarse, aunque sería una de las bodas más notorias de París.

—No te preocupes, chérie, tú eres mi verdadero amor —declaró tierno—. Emily es para ser vista, pues va con mi imagen. Se ve bien en las fotos, ¿verdad?

Devastada, Emily no esperó para discutir el asunto con él, sino que corrió, llena de pánico a la medianoche, hasta el piso de Howell.

Los paparazzi que esperaban una soleada boda de abril se toparon en su lugar con un perplejo novio plantado. Sin embargo, uno de ellos la descubrió al salir de París en el Jaguar de Howell y fue quien obtuvo la mejor noticia.

Fotos en blanco y negro y encabezados de dos pulgadas, proclamaban la infidelidad dé Emily hacia Marc y la de Howell hacia su famosa y recluida esposa escultora.

Emily estaba frenética.

—No te preocupes por eso —le pidió Howell siempre complaciente y ella así lo hizo. Odiaba la notoriedad, la falsedad y la locura del asunto. Era gracioso y equivocado y la chica deseaba aclararlo.

—Hablaré con la prensa y les informaré la verdad —le aseguró a Howell, pero él simplemente rió y movió la cabeza.

—El daño, aunque pequeño, ya ha sido hecho, Emily. Sólo lograrás empeorarlo al hablar sobre eso. ¿No has escuchado sobre las mujeres que protestan mucho?

Emily había escuchado a su amigo, pero se sentía incómoda. Las miradas curiosas, los rumores, los silencios cuando entraba en algún cuarto, la ponían nerviosa. Por lo tanto, la llamada de Marielena llegó como una salvación para ella.

Al atender a Mari y cuidar de Tom, Emily había recuperado su control. Se percataba de cuánto odiaba el loco estilo de vida que llevaba y cómo deseaba una vida sencilla y plena. Lo había intentado desde la muerte de Mari. Pensaba que había logrado progresos tanto para sí misma como para Tom. ¡Y ahora eso!

—¿Lista? —preguntó Gloria. Emily observó su reloj y levantó el bolso. Se sentía más nerviosa de lo que creía, ya que jugar a "policías y ladrones" no era su estilo.

Desde que el director de la escuela de Tom le informó que habían recibido carta de Alejandro Gómez, el poderoso hermano de su difunta cuñada, donde les pedía que le dirigieran a él todas las cuentas y correspondencia con respecto a la educación de Tom, se había quedado muy preocupada.

Marielena nunca tuvo relación con su familia desde que se casó con el hermano de Emily, David, hacía siete años, pues los Gómez no lo aprobaron. No asistieron a la boda, no estuvieron en el bautizo de Tom y se lavaron las manos con respecto a Marielena y ella se olvidó de ellos. Ni siquiera se comunicó con su familia después que David murió al caer su avión en el Mediterráneo, tres años antes, ni la contactó cuando se enfermó.

—No —negó vehemente cuando Emily le sugirió llamarlos—. Ellos no me quisieron casada con David y ahora yo no los quiero.

—Pero, ¿y Tom?

—Cuando me vaya, el niño será tuyo. Tú lo amas.

Emily lo amaba más que a nada o nadie en el mundo. Tom era toda la familia que tenía. El padre de la chica murió cuando ella tenía quince años y su madre tres años después. David fue su único hermano.

—Harás lo que sea mejor para él, lo sé —los confiados ojos oscuros de Mari estaban fijos en ella.

—Por supuesto que lo haré —le prometió, pues ya había escuchado suficiente de los patriarcas de la familia Gómez, obstinados y ambiciosos—. ¿No intentarán quitármelo?

Las facciones de Marielena se nublaron.

—¡Nunca! Tuvieron su oportunidad. No nos han querido ahora que estoy viva y no tendrán a Tom, cuando muera.

Después de los primeros dos meses, que no supo nada de la familia de Mari, Emily respiró tranquila, al pensar que todo estaba bien.

Cuando por accidente, descubrió al leer en un semanario que llevaba un hombre en el metro, que Alfredo Gómez y Ramírez había muerto de un ataque al corazón, unas semanas después de la muerte de Mari, respiró todavía con más tranquilidad. Era al padre a quien temía, mas ahora parecía que se había equivocado.

—¿Mandarle las cuentas a él? Es ridículo. Yo soy la tutora de Tom —protestó Emily ante la secretaria de la escuela del niño. La mujer sonrió indulgente.

—¡Ah, sí, señorita!, por supuesto que sí, pero el señor Gómez es un hombre muy importante. Muy rico, ¿no? —sí, bastante rico y poderoso, mucho más desde la muerte de su padre y de pronto, parecía muy interesado en su sobrino. Emily se estremeció.

—Dice que el pequeño es su responsabilidad —continuó la secretaria. Emily negó con la cabeza.

—Es mío —aunque sabía que su afirmación no significaría mucho, si él decidía presionar. Alejandro Gómez tenía mucha más influencia en España que ella.

—Un Gómez puede hacer lo que quiera —le comentó Mari una vez.

—No pudo evitar que te casaras con David —le recordó Emily.

—Porque yo también soy una Gómez —bien, Emily no pertenecía a esa familia ni lo deseaba, pero si Alejandro Gómez pensaba que iba a quitarle a su sobrino, estaba equivocado.

—Estoy lista —le aseguró a Gloria—. Si Tom y yo vamos a tomar ese tren, es hora de irnos.

—¿Piensas que Gómez vigilará el edificio? —preguntó Gloria.

Una semana antes, Emily se habría reído de la insinuación, pero eso fue antes que Tom comentara que un hombre extraño trató de hablar con él en el patio de juego y que recibiera una carta del abogado de Gómez; antes que el gran hombre hiciera que su secretaria la llamara por teléfono.

—El señor Gómez se sentirá complacido de tener a su sobrino durante las vacaciones de verano —le manifestó a Emily en tono altivo.

—El señor Gómez hará el favor de dejar a su sobrino en paz —respondió Emily con frialdad. Un momento de silencio al otro extremo y luego la mujer declaró:

—Mire, señorita. El señor Gómez es un hombre muy poderoso. Sería mejor que le prestara atención.

—No tengo que prestarle atención —contestó Emily con firmeza.

—Su sobrino…

—Su sobrino es también mi sobrino y yo tengo la custodia —era debatible saber quien colgó primero.

Ese día, más tarde, llamaron a la puerta del apartamento.

—Yo abro —dijo Tom.

—¡No! Quiero decir que, no quiero que tú abras la puerta —Emily moduló su voz, consciente de la intensidad de su reacción. El niño la miró sorprendido.

—¿Por qué?

—Son vendedores. Ya sabes lo molestos que son —por supuesto que Tom no lo entendía y Emily no sabía si existían vendedores ambulantes en Barcelona.

Simplemente no quería que el niño abriera la puerta, porque estaba segura de quién llamaba.

—¿Y si alguien más lo deja entrar? —un bondadoso vecino le abriría la puerta a quien tocaba.

—Entonces no abriremos aquí arriba —declaró Emily—, aunque dudo que suceda. ¿Ves? Ya se fue —pero no fue así, porque casi de inmediato golpearon la puerta con fuerza.

—¡Vaya! Me pregunto que vende —Tom tenía los ojos muy abiertos por el asombro y Emily le hizo un gesto, llevándolo a la cocina.

—Vamos a cenar y ya se irá —pero fueron quince minutos de intermitentes golpeteos antes que se fuera y el hecho dejó a Emily tan temblorosa que una vez que acostó a Tom esa noche, empezó a hacer planes.

No quería interrumpir el año escolar de su sobrino, aunque ya casi terminaba y una de las virtudes de la escuela americana a la que asistía en Barcelona, era que operaba con el mismo calendario que las escuelas en los Estados Unidos.

Consecuentemente, sólo perdería unos días si se lo llevaba en ese momento, a mediados de junio.

Y después de esos insistentes llamados, tomó la decisión de llevárselo, no sólo de la escuela, sino fuera de España.

Sin importar lo legal que fuera su custodia, no tenía fe en su capacidad para defender sus derechos sobre su sobrino ante el poder de uno de los hombres de más influencia en todo el país.

—¿Por qué no volar ahora mismo a los Estados Unidos? —quiso saber Gloria.

—Eso es lo que él espera y de seguro me detendría.

—¿Y si descubre esto? ¿Si te sigue?

—Puedo desaparecer igual que cualquiera.

—¿Con tu rostro?

—Ya ha pasado un año desde que me encontraba en todas las paredes del metro en ese anuncio de perfume. Y las fotos del fiasco con Marco eran tan malas que nadie me reconocería.

Gloria no parecía convencida. Revisó el largo cabello rubio cenizo de Emily y sus grandes ojos verdes, sus labios llenos y pómulos delicados.

—Aun así…

—Confía en mí.

—Bueno… si lo ves, corre hacia el otro extremo.

—No lo conozco.

—¿No has visto una fotografía? —Gloria estaba conmocionada.

—Marielena no tenía ninguna en su casa, decía que "eran la muerte para ella".

—Pero un hombre tan conocido habrá aparecido en revistas.

—No el gran Alejandro. Él es muy discreto. Ya busqué, créeme, pero nunca encontré una. Vi una de su padre en el obituario. Tenía cabello oscuro y bigote siniestro como los de los tipos malos del oeste —Emily arrugó la nariz—. Sin duda, el hijo se parecerá a él.

—¿Está casado?

—No lo sé. No he sabido nada de él. A diferencia de Marc, a él no le gustan ni los artículos ni las fotos o la publicidad de cualquier tipo. Puedo encontrar lo que sea sobre las compañías que posee la familia, pero nada acerca de ellos.

—¿No dijo algo Mari? —Emily negó con la cabeza.

—Nunca. Era como si hubieran dejado de existir para ella.

—Quizá no le importaban.

—Creo que le interesaban mucho. Pienso que su desaprobación la lastimó tanto que no podía hablar de ellos —Emily recordó las veces que trató de abordar ese tema, pero Mari se agitaba y hablaba de otra cosa—. No concibo que una familia pueda ser tan cruel, aunque en apariencia ellos lo fueron —suspiro y abrió la puerta del frente—. Anda, vamos.

—¿Recogerás a Tom en la escuela?

—Bob Duggan lo llevará a la estación.

Gloria alzó las cejas.

—Apuesto a que Bob estará complacido.

—Es un amigo —declaró Emily con firmeza. Bob Duggan era profesor en la escuela de Tom, y con quien la chica salía ocasionalmente. Emily sospechaba que él deseaba más que eso, pero ella no y así se quedaría.

No quería involucrarlo en el asunto con los Gómez, pues sabía que tendría una idea equivocada, mas no tuvo alternativa.

—¿Sabe Tom del viaje?

—Se lo dije anoche, pero no la razón. Marielena nunca habló con él de su familia y yo no quiero que piense que existe un gran tío malo que puede venir a llevárselo. Sólo le comenté que vamos de vacaciones.

—¿Si no vas a los Estados Unidos, adónde?

Emily buscó algo en su bolso.

—No puedo decirte. Si no lo sabes, el gran tío malo no podrá sacártelo —Gloria rió.

—Estás loca. No creo que él me torture para que le diga dónde encontrarte —

eso esperaba Emily y también que se olvidara de todo el asunto.

Un hombre con intereses en negocios multinacionales como Alejandro Gómez, seguramente tendría cosas mucho más importantes para mantenerse ocupado, que un sobrino que jamás había visto. Se interesaba ahora, pero si Emily pudiera alejarse y permanecer fuera unas cuantas semanas, estaba segura de que se olvidaría de ella y del niño.

—Toma —le dio la maleta a Gloria—. Si está espiando ahí afuera, quiero que piense que eres tú quien se va de viaje. Yo sólo voy a verte partir y entonces tomaremos taxis separados —Gloria la miraba impresionada.

—Muy lista.

—Muy desesperada —la corrigió Emily. Apagó la luz, guió a su amiga fuera del apartamento y no volvió la mirada.

Gloria, con la maleta de Emily, ya estaba en la estación cuando la otra chica llegó. Esta la encontró de inmediato, pero entre el bullir de los miles de viajeros, empezó a temer que Bob no pudiera encontrarla. Era el único a quien le había confiado su destino inmediato, para asegurarse de hallarlo en el tren correcto.

—¿Seguro que no quieres que vaya contigo? —preguntó Gloria a Emily, al entregarle la maleta.

—Gracias, pero continuaré sola. Abre cualquier correspondencia que consideres importante. Riega las plantas y yo te llamaré cuando pueda.

Abrazó deprisa a Gloria y se alejó hacia el tablero con las salidas programadas para buscar su destino, descendió por la escalera y casi suspiró de alivio cuando encontró a Tom esperándola con Bob al llegar abajo. Bob se apresuró a reunirse con ella. Tom brincaba, ansioso y con una sonrisa de júbilo en su rostro. La hizo percatarse de la poca frecuencia con que sonreía desde el fallecimiento de Mari y lo mucho que debía hacer para recuperar al sobrino feliz que recordaba.

—¡Ya estamos aquí! ¡Este es nuestro tren!

—¿Encontraste nuestro vagón? —le preguntó a Bob.

—Allá atrás. Dos asientos reservados para Cerbére —le tomó el brazo, posesivo y Emily se preguntó si había hecho lo correcto al aceptar su ayuda.

—¿Hay alguien más en el compartimiento?

—No, pero hay otro asiento reservado, aparte de los suyos.

Emily apretó el asa de su bolso y miró nerviosa alrededor. Además de una familia paquistaní, un par de hoscos comerciantes y una anciana con una bolsa de compras, no vio que alguien abordara el tren.

—¿Crees que nos hayan seguido? —inquirió a Bob en un susurro para que Tom no escuchara.

—No que yo los haya visto —le sonrió y tocó su cabello—. Debiste ser una espía, Em. Creo que estarás a salvo —ella se apartó y suspiró.

—No creo que esté a salvo hasta que regrese a los Estados Unidos.

—¿Cuándo será eso? —la joven hizo un gesto.

—Cuando el querido tío pierda interés. Espero que no tarde mucho —Emily cruzó los dedos.

—Yo regresaré a Boston tan pronto como termine la escuela y puedo visitarte…

—la chica negó con la cabeza.

—No sé dónde estaré.

—Cuando lo sepas, llámame —escribió una dirección y se la entregó. Emily la metió en su bolso. Pero decidió que no lo llamaría, no había ninguna razón para continuar su amistad con Bob, no quería que él albergara esperanza. Él le rodeó los hombros con un brazo.

—¿Estás segura de que tienes que hacer esto?

Emily miró la oscura cabeza de Tom, su cuerpo robusto y barbilla obstinada, que le recordaba tanto a David. Sintió un nudo en la garganta al contemplar la perspectiva de que se lo quitaran, de nunca volver a verlo.

—¿Qué más podría hacer? —preguntó angustiada.

—Podrías casarte conmigo —ella retrocedió sorprendida. Bob levantó el mentón, desafiante.

—¿Por qué no? Una mujer sola tiene menos posibilidad de conservar la custodia de un niño, que una casada.

—No creo…

—Sabes que cuidaré de ti.

—Sí, pero…

—Sé que no hemos hablado sobre matrimonio… —nunca fueron tan íntimos, pensó Emily al mirarlo como si le hubiera salido otra cabeza—, pero tienes que saber lo que siento. Y, dadas las circunstancias, deberías pensarlo.

Emily sintió que sus mejillas ardían.

—Bob, me gustas, en realidad sí, pero no pienso…

—No pienses, todavía —gentilmente cerró su boca con un dedo—, sólo guárdalo en el fondo de tu mente, Emily. Te amo y aun si tú no sientes lo mismo, tienes que admitir que podría ser una buena idea, por Tom y —sonrió—, creo que puedes aprender a amarme.

Emily retorció sus dedos. ¿Amor? Ni siquiera estaba segura del significado de la palabra, no, después de lo de Marc; aunque apreciaba la proposición, sabía que no la aprovecharía.

Extendió la mano y acarició levemente su mejilla, para agradecerle y al mismo tiempo decirle que nunca lo aceptaría; pero al pensar en Alejandro Gómez, se detuvo.

¿Y si en realidad trataba de quitarle a Tom? ¿Podía decir con franqueza que jamás consideraría la posibilidad de casarse, como un medio para mantener la custodia de su sobrino? En otras circunstancias, por supuesto que nunca se casaría con un hombre que no amara, pero ¿si fuera la única forma de darle a Tom la vida que merecía? Bajó la mano y encontró la mirada de Bob.

—Gracias, eres muy bondadoso.

—No es bondad, Emily —Tom tiró de su mano.

—Vamos, Em, ya es hora —señaló su reloj y la llevó hacia los escalones—. Nos veremos, señor Duggan.

—Hasta pronto, Tom —encontró la mirada de Emily—. Nos veremos, aunque no regreses aquí —se inclinó, la abrazó de una forma que no le proporcionó seguridad y luego la besó con dureza—. No tienes que pensar en el casamiento ahora, aunque puedes hacerte a la idea.

Emily, asombrada por la ferocidad de su beso, se tambaleó al subir por los escalones hacia el vagón.

—Un favor —musitó—. Sólo deseaba un favor.

—¿Sí? —Tom la miraba confundido.

—Nada, querido —le sonrió y buscó los asientos reservados en los boletos—.

Estos son —sintió aprensión al pensar en el tercer asiento reservado… abrió la puerta.

Sentada junto a la ventanilla iba una monja. La hermana, como de ochenta años, asintió y señaló el asiento junto a ella, para Tom. Le dijo algo en español, que Emily no entendió, pero Tom asintió feliz y rebotó al sentarse, charlando con la madre en su idioma nativo.

Emily puso sus maletas en la rejilla, mientras lo oía conversar; parecía tan jubiloso como no lo había escuchado en meses.

La muerte de su madre lo devastó, aunque comprendió que era inevitable. Lo soportó de forma estoica la mayor parte del tiempo y sólo sollozaba por la noche, pero Emily lo consolaba. A últimas fechas ya dormía mucho mejor, se ajustaba a vivir con ella, a que su familia la formaran ellos dos. Ahora veía su oscura cabeza, escuchaba su voz ansiosa y sentía amor por ese niñito que había perdido tanto en su corta vida.

Antes de acomodarse en el asiento, miró hacia el corredor. Las únicas voces que escuchó eran de unos americanos. Ningún español de alto nivel se encontraba a la vista y por primera vez en días, Emily respiró con facilidad.

En pocas horas estarían en Francia y por la mañana en Suiza. Guido Farantino, un fotógrafo amigo suyo, tenía una casa ahí. Él y Sophie su esposa, la habían invitado, y aunque no esperarían que llevara un niño, no les importaría.

De cualquier forma, no pensaba imponerse por mucho tiempo. Cada día llamaría a Gloria para indagar si Alejandro Gómez había dejado de buscarlos. Él lo haría, estaba segura. Cerró de nuevo la puerta y se acomodó en el asiento junto a Tom.

Tuvieron que cambiar trenes en Cerbére, y dejaron el de RENFE, dirigiéndose hacia el Control de Pasaportes antes de abordar el vagón dormitorio que los llevaría a través de Francia durante la noche y los dejaría la siguiente soleada mañana en Ginebra.

—¿Vamos a dormir en el tren? —Tom estaba deleitado por la noticia—. ¿En camas?

—En literas —le dijo Emily—. En realidad son camastros.

—Siempre quise unas literas, ¡y en tren! ¿Dónde están?

—Por ahí —Emily señaló hacia la puerta por la que pasarían después de la revisión de pasaportes. La puerta, para Tom significaba un tren con literas; para Emily la libertad. Una vez cruzándola, estarían en Francia y a salvo.

Ahora miraba nerviosa; temía encontrarse con la aterradora figura de Alejandro Gómez saliendo de la nada para impedir su salida.

Ella y Tom eran llevados en un mar de viajeros multinacionales.

—¿Qué pasa? —le preguntó Tom.

—Nada —le sonrió y luego miró hacia atrás una vez más.

¡Y ahí estaba!

No necesitaba una foto. Todo era demasiado obvio y no podía ser alguien más.

Acababa de descender del tren, apresurado, empujaba a la gente para pasar, un hombre decidido, de cabello oscuro que caminaba en su dirección.

Era más joven que la versión de la foto que había visto de Alfredo, desde el cabello oscuro y lacio hasta el delgado bigote.

Desesperada buscaba un escape, chocó con una pareja que llevaba en brazos a un bebé y se disculpó en tres idiomas.

—¿Estás bien? —inquirió Tom.

—Bi… en —observaba al hombre que tomó al bebé de su esposa y la ayudó.

Ojalá alguien compartiera con ella su carga.

Deseaba que Bob hubiera ido. Si tuviera consigo a su amigo, quizá tuviera una oportunidad. Había sido demasiado esperar que Gómez no supiera como eran ella y Tom.

Pero aunque Bob no estuviera ahí… tomó la mano de Tom y empezó a tirar de él, de nuevo.

—Lo siento —musitó al chocar con unos estudiantes—. Lo siento… trato de alcanzar a mi esposo —esperaba que Dios le perdonara esa mentira y que Tom no la hubiera escuchado—. Mi esposo está allá —añadió y señaló al frente—. Discúlpenme, por favor. Discúlpenme… Pardon. Mon mari. Tai besoin de… Necesito a mi esposo —

balbuceó también en francés.

Estaban a pocos metros de la puerta y vio que los guardias fronterizos revisaban los pasaportes y luego indicaban a la gente que continuara.

—Por favor, déjeme pasar —Emily dirigió otra desesperada mirada hacia atrás.

Él daba vuelta junto con los últimos viajeros. Frenética, ignorando los gruñidos, continuó—: ¡Tengo que alcanzar a mi esposo! No sé a donde se fue…

Chocó con un duro pecho masculino, levantó la mirada y se encontró con un fuerte mentón, altos pómulos y unos sorprendentes y fríos ojos azules. Sus dedos curvados quedaron sobre el frente de su camisa.

¿Se atrevería? Ni siquiera estaba segura de lo que pensaba y fue por instinto.

Por pánico y en realidad, ¿qué alternativa tenía, con Gómez tras sus talones?

—Gracias a Dios, cariño —balbuceó y lanzó sus brazos para rodear al extraño y abrazarlo con fuerza—. ¡Pensé que te había perdido!